La legitimidad es una cualidad intangible en la que se apoyan nuestras acciones, sin la cual todo lo que construimos amenaza con venirse abajo. Sin embargo, no es algo de lo que se hable mucho, quizá porque se da por hecho. ¿Qué tan sólida es la legitimidad de nuestras acciones directivas?

Mi preocupación por la legitimidad surgió de la lectura de un texto de Peter Drucker, Management as Social Function and Liberal Art (en The New Realities, 1988), que en uno de sus apartes pregunta qué es lo que les da legitimidad a los directivos para ejercer su labor, qué les da autoridad para usar el poder que tienen.

Drucker propone que esta legitimidad surge de la función social del directivo de generar riqueza de largo plazo, y plantea, con preocupación, que la principal amenaza para la legitimidad de la dirección es la compra hostil, el poder de inversores convertidos en dueños y especuladores, que reclaman ganancias de corto plazo sin importar el sacrificio de la prosperidad de largo plazo.
 

El mercado de capitales es central al fortalecimiento de las empresas y, sin duda, en nuestro país se requiere uno más desarrollado. Drucker se enfoca en los Estados Unidos de 1998, pero traído a nuestro contexto, nos deja la inquietud de que una dirección centrada en el resultado financiero de corto plazo, sin preocupación por la generación de riqueza de largo plazo, carece de legitimidad.
 

¿En qué se fundamenta el poder de un directivo? ¿Qué le permite decidir sobre los bienes de las empresas o sobre el trabajo de las personas de la empresa que dirige? No es una pregunta económica ni de negocios, sino política (como bien lo aclara Drucker), es una pregunta sobre el poder. Y al poder se puede acceder de dos formas: por la fuerza o por la legitimidad.
 

Desde luego, al poder se puede llegar por la fuerza, y por medio de esta incluso permanecer en él. En un país, esta fuerza puede ser la de las armas y en una empresa puede ser el capital.

Sin embargo, una forma más apropiada, y sobre todo firme, es la de acceder al poder por medio de la legitimidad. En un país esto se traduce, generalmente, en una votación libre, mientras que en una empresa equivale a la capacidad, los méritos y las intenciones del directivo.

Es posible que en la vida real al ejercicio del poder se llegue por una mezcla de las dos (más algo de azar, sin duda); pero lo que sí es cierto es que cuanto menos legitimidad haya, mayor necesidad habrá de la fuerza y de sus consiguientes costos.

¿Qué nos quita legitimidad? La legitimidad se pierde cuando el poder se usa para convertir a las otras personas en medios para un fin.

En el momento en que los demás seres humanos dejan de ser para el directivo fines en sí mismos y se convierten en medios, desaparece toda legitimidad, incluso si el fin buscado inicialmente es apropiado y oportuno. Tan pronto alguien es tratado como un medio, la relación de legitimidad se rompe y la relación solo puede mantenerse artificialmente, por medio del uso de la fuerza.
 

De lo anterior hay muchos ejemplos: una empresa a la que no le importa la calidad de su producto o las técnicas necesarias para venderlo, siempre y cuando se venda; un movimiento político al que no le importan las consecuencias de su accionar con tal de acceder al poder; un directivo para el que los empleados son equivalentes a máquinas.
 

Hay formas sutiles, también. Una de ellas es aferrarse al poder; no son válidas las disculpas de que la empresa o el país no pueden sobrevivir sin ese directivo o ese gobernante.

Una prueba de buen gobierno es saber retirarse oportunamente, y al tiempo formar sucesores, aceptar los posibles errores de quien nos reemplaza y, sobre todo, sus éxitos. La permanencia en el poder no es un signo de sacrificio, sino una muestra de ambición.
 

Otra, la ostentación. ¿Cuál es el equilibrio justo entre la dignidad que debe tener un cargo y la ostentación innecesaria? No es una pregunta fácil, pero sí hay algo que nos orienta más en el sentido de la austeridad: la necesidad ajena. Las empresas o directivos que ostentan en medio de una crisis, por ejemplo, pierden mucha legitimidad.
 

Por el contrario, hay acciones que generan legitimidad, y todas ellas son posibles cuando se entiende y se ejerce la dirección como un servicio a otros, cuando los intereses personales dejan paso al interés por el bienestar del dirigido.
 

Las decisiones directivas pueden ser acertadas o desacertadas, pero el directivo no pierde legitimidad si se percibe que estas decisiones fueron tomadas pensando en el bien común y no en el interés particular de quien las tomó.

En un país como el nuestro, sacudido por tantos problemas y, a la vez, abierto a tantas oportunidades, resulta fundamental que la dirección empresarial mantenga una gran legitimidad.

Las lamentables noticias de escándalos empresariales que cada tanto nos afectan le restan legitimidad y credibilidad al sistema como un todo.

Los directivos tenemos la obligación de ejercer nuestra labor pensando en el bien común, generando riqueza de largo plazo, siendo ejemplares. Si golpeamos con fuerza el sistema político y social que nos permite actuar con cierto margen de libertad, no podremos quejarnos cuando ciertas alternativas, hoy menos legítimas, parezcan más legítimas de lo que en realidad son y puedan terminar reemplazándonos.

Tomado de:portafolio.co