En general, se vuelve a escuchar la afirmación de que el peso de los impuestos se ha convertido en un impedimento para el normal desarrollo de las actividades empresariales y privadas, justo cuando la economía muestra síntomas claros de desaceleración.
 

Sin embargo, otra cosa es lo que piensan los académicos. Prueba de ello es un documento recientemente publicado, que lleva el título ‘Ingresos altos y tributación personal en una economía en desarrollo: Colombia 1993-2010’, firmado por Facundo Alvaredo y Juliana Londoño Vélez, vinculados con la Escuela de Economía de París.
 

En el trabajo, sus autores utilizan los datos que entrega la Dian, que tienen un nivel de desagregación único en América Latina, obviamente sin revelar la identidad de los contribuyentes.
 

Las conclusiones son impactantes. La radiografía que se entrega es la de un sistema impositivo en el que existen grandes privilegios para los ciudadanos, sin que realmente se den los elementos de progresividad contemplados en la Constitución de 1991. Por cuenta de esta situación, es prácticamente imposible que existan mecanismos redistributivos efectivos a través del fisco, como sucede en las economías más avanzadas.
 

Así, el estudio afirma que la concentración del ingreso en el país es elevada, pues el 1 por ciento que más gana recibió el 20 por ciento de la renta bruta en el 2010.
 

Dicha proporción es alta bajo cualquier estándar y prueba que la torta se encuentra mal repartida. Adicionalmente, la tasa efectiva de tributación oscila entre el 7 y el 8 por ciento, muy por debajo del promedio de la Ocde, en donde dichos niveles pueden llegar a ser cinco o más veces superiores.
 

Pero el asunto no termina ahí. Por ejemplo, es llamativo que la proporción de adultos que estuvo obligada a llenar un formato de declaración de renta apenas llegó al 2,5 por ciento del total en el periodo analizado.
 

Ese número es muy bajo y tiene que ver, en parte, con el hecho de que el ingreso a partir del cual hay que declarar es elevado, pues no solo triplica el promedio de América Latina, sino que es el más alto de la región.
 

Como si lo anterior fuera poco, las exenciones son de tal magnitud que incluso personas que ganen 14 salarios mínimos mensuales pueden acabar pagándole al fisco una suma irrisoria. Para hablar en plata blanca, ingresos apenas inferiores al equivalente de 100.000 dólares anuales, en términos de paridad de compra, pueden llegar a salir indemnes.
 

No menos importante es que los rentistas de capital tienen un tratamiento comparativamente muy superior a los que derivan sus ingresos de un salario. En esa circunstancia, el país también se aparta de los estándares de las naciones industrializadas.
 

Ante los hallazgos, alguien podría decir que la reforma del 2012 redistribuyó las cargas y que ahora la realidad es menos extrema.
 

Pero aun aceptando en parte esos argumentos, Alvaredo y Londoño sostienen que las variaciones fueron “extremadamente moderadas”.
 

Tales argumentos dejan en claro que todavía hay mucho trabajo pendiente en materia tributaria, si se quiere que Colombia sea más equitativa y que el país recaude los recursos que necesita para adelantar las tareas pendientes.
 

El tema de fondo es que hoy las personas pagan, en términos absolutos y comparativos, mucho menos que las sociedades.
 

En tanto esa balanza no cambie, tampoco lo harán otros aspectos fundamentales.
 

Lograr una transformación requiere liderazgo y coraje político.
 

Quien lo dude no tiene que recordar las duras discusiones de finales del año pasado y las actitudes que adopta el Congreso, que en muchas ocasiones impiden avanzar en cualquier sentido. Pero no queda otro camino que persistir en este campo, porque, de lo contrario, el futuro nos va a deparar más de lo mismo en materia de inequidad y falta de oportunidades.

Tomado de:portafolio.co