En este primero de mayo volvieron a formularse votos fervientes por la efectividad del derecho al trabajo, quizá en ciertas épocas el más conculcado de todos, unas veces por convicción y craso error, otras por accidente en el curso de orientaciones mal concebidas o mal aplicadas.

Nuestra Constitución Política lo consagra como uno de los fundamentos de la República, lo reafirma como derecho y obligación social y compromete a las autoridades a procurar el pleno empleo de los recursos humanos. Aun así, tiempos ha habido en los cuales se le ha mirado con recelo y aun con hostilidad circunstancial, hasta llegar a calificar su falta de existencia o disponibilidad, quién lo creyera, como mal necesario para el reajuste del descompensado y averiado sistema económico.

Ahora mismo recorre a Europa una teoría que lo contrae y castiga. Ante la imposibilidad de devaluar a pedazos o en conjunto la moneda común, el euro, trata de hacerlo por dentro, comprimiendo presupuestos, gastos sociales y salarios, con la divisa inflexible de la austeridad, cueste lo que costare. De esta suerte, se ha vuelto al espectáculo de las masas desocupadas de la postguerra mundial, sin qué hacer y sin un mínimo ingreso vital para atender a sus necesidades primarias.

No parece reconocerse que el desempleo implica hambre y deja sin techo ni abrigo ni salud a cuantos lo padecen. Los seis millones de personas de carne y hueso sin trabajo en España, por ejemplo, no tienen alternativa distinta de aguantar, principalmente hambre, hasta tanto se lo permitan sus debilitadas fuerzas. Ahí los gérmenes de la insatisfacción explosiva. En su caso, no es por carencia de capacitación de los talentos o de la mano de obra por cuanto no les ha faltado esmerada educación y preparación.

Es, asimismo, el problema de Italia, Portugal y Grecia, de las naciones periféricas al sur de la Unión Europea. Y, hasta cierto punto, la razón de los forcejeos políticos entre el gobierno demócrata del presidente Obama y el ala extremista de los republicanos en el Congreso. Un ideologismo de extrema derecha que impide llegar a soluciones racionales y acaba demeritando los niveles de vida y deteriorando la idoneidad característica de crear puestos de trabajo.

Por supuesto, en la extrema izquierda se observan tendencias y fenómenos de otra línea, pero con resultados más perturbadores: tal el ejemplo crítico de Venezuela con su desabastecimiento y su carestía, que ha protagonizado casos de violencia sectaria en el propio recinto de su Asamblea Nacional.

En Colombia es de celebrar el nacimiento del servicio público de empleo, liderado por el Sena, destinado a facilitar la intercomunicación entre quienes buscan empleo y quienes lo ofrecen. No es la solución al problema de la desocupación de dos millones trescientos mil compatriotas, pero es clara muestra del interés del Estado en cumplir el mandato constitucional de dar pleno empleo y asegurar que todas las personas tengan acceso efectivo a los bienes y servicios básicos.

El desconocimiento del derecho al trabajo también tiene su origen en el desalojo violento de muchos compatriotas de sus sitios de vivienda y labor. Quizá las expresiones más amargas del desempleo, porque las acompaña el desarraigo de sus querencias habituales y el lanzamiento a mendigar en las ciudades.

En esta materia, la construcción de cien mil casas gratis y su entrega a los más necesitados es un principio de solución, tanto por crear empleo como por dar techo a los que no lo tienen. Quizá no siempre se cae en la cuenta de lo que significa el desplazamiento brutal de familias enteras y la privación criminal de sus pocos haberes.

Tomado de:eltiempo.com