El Gobierno está celebrando con bombos y platillos el haber logrado en el 2013 un desempleo promedio de un dígito: 9,6 por ciento. Y tiene razón, si el análisis del mercado laboral colombiano se limita a eso, a la sola tasa de desempleo abierto.

De acuerdo al estudio de los últimos años es un gran éxito, porque esta tasa anual ‘es la más baja por lo menos en los últimos 20 años’. La tendencia de un dígito de desocupación empezó a registrarse desde agosto del 2013, por lo que se supone, que a menos que se den cambios negativos en las proyecciones previstas, continuará.

Todo esto puede ser cierto, pero… Lo primero que debe señalarse es que cada día más el problema de la concentración, no de ingresos, sino de riqueza, ocupa el primer plano en los debates mundiales y, a su vez, no son las limosnas por condicionadas, las que se presentan como solución.

Se requiere que las sociedades le ofrezcan a sus ciudadanos, a todos, no solo a algunos, las oportunidades para que ellos mismos salgan adelante, y el medio para lograrlo es el empleo digno: remunerado, estable y con seguridad social. Es allí hacia donde se dirigen las verdaderas alternativas para la mejor distribución de los beneficios del desarrollo.

Pues bien, en el caso de Colombia, país que no es precisamente un modelo de igualdad ni en distribución de ingresos y, menos aún, en concentración de la riqueza, esas profundas diferencias se reflejan en todos los indicadores y particularmente en la cacareada cifra de desempleo.

Para la muestra un botón. De las 26 ciudades encuestadas, según el Dane, en el 2013 solo siete alcanzaron la tasa de desempleo de un dígito y las 19 restantes están lejos de ese nivel. El desempleo abierto es crítico en Quibdó, Armenia, Popayán, Cúcuta, y la lista sigue.

Si Colombia y, sobre todo, el Gobierno fuera consciente de que el país no es solo Bogotá, San Andrés, Bucaramanga y Barranquilla, no estaría diciendo lo siguiente: “Hemos ganado una batalla importantísima y cumplido con una meta prioritaria para el Gobierno”, manifiesta el presidente Santos, según el periódico ‘El Tiempo’.

Si se desagregan los últimos datos disponibles, se encuentra el drama de la situación de las mujeres y las jóvenes en este país. Por más que se eduquen las mujeres, su tasa de participación en el mercado laboral es entre 20 y 30 puntos porcentuales inferior a la de los hombres, para no hablar de su tasa de desempleo, que es casi siempre el doble. Y los jóvenes tienen la tasa de participación laboral más baja –ojalá estuvieran recibiendo educación decente– y, además, altísimas tasas de desocupación.

El sector rural no se puede medir con tasa de desempleo, porque su problema histórico es la informalidad o escasa participación de las mujeres del campo. Hasta en Japón ese último dato trasnocha al Primer Ministro, quien así lo hizo saber en la reciente reunión del Foro Mundial en Davos.

Pero hay mucho más, y la recomendación es que el Gobierno analice los informes del Observatorio del Mercado Laboral de la Universidad Externado de Colombia. Una de sus conclusiones es dramática: para el primer trimestre del 2013, el promedio para 23 capitales de departamento fue de 34,5 en cuanto a aquellos que cumplen los requisitos de empleo para que se considere formal.

La cifra para ser llamado legítimamente como empleo formal requiere que cumpla con las siguientes cuatro condiciones: ingresos laborales, formalidad, afiliación a la seguridad social y existencia de un contrato escrito.

¿Estos datos son para hacer una fiesta? A esto se agrega la pérdida de la participación de los salarios en los ingresos totales de la Nación y el incremento de la participación del capital, denunciado un millón de veces por los economistas no ortodoxos.

Como, según el Gobierno, el empleo en Colombia no solo está aumentando, sino que se está formalizando, la pregunta es cómo, si el empleo industrial decreció y lo mismo pasó con las actividades agropecuarias, de acuerdo con el mismo Dane.

El gran generador de empleo ha sido el Estado, con 8,5 por ciento de aumento en ocupación. ¿Será que llaman formal a los contratos de tres meses en los cuales el empleado tiene que pagar su seguridad social? Pero, además, son los trabajadores por cuenta propia –42 por ciento–, los que tienen la mayor participación entre los ocupados.

Es posible que estén los profesionales independientes que ganan bien, pero también una cantidad de gente que se refugia en estas actividades sin mucho éxito, simplemente porque no encuentran empleos dignos ni en la industria, ni en el agro.

Este complejo mapa sobre la realidad de Colombia, sin desconocer que ha bajado el desempleo abierto, lo que implica es que no basta analizar solo sus cifras agregadas, sino mirar más a fondo la situación laboral de los colombianos.

Lo grave de la euforia por el desempleo de un dígito lo ha planteado sin querer el presidente Santos: como según el Gobierno ya cumplió su meta, la crítica situación de muchos ni se considera. Este sería un profundo error porque dejaría sin posibilidades la comprensión de una de las profundas causas de la persistencia de la desigualdad.

Es más, solo cuando se comprenda realmente en toda su complejidad lo que está sucediendo en el mercado laboral colombiano tanto urbano como rural, se tendrán importantes fundamentos para justificar cambios radicales impostergables en políticas como las de educación y salud, que generan ese capital humano que en Colombia se concentra entre los sectores de altos ingresos.

Por favor, menos triunfalismo y más análisis serios sobre el empleo en nuestro país.

Cecilia López Montaño
Exministra – Exsenadora

Tomado de: https://www.portafolio.co/opinion/empleo-colombia-desigualdad-y-calidad